La soberbia de los poderosos cae irremediablemente en un basurero

Nos creímos en un tiempo, glorioso amanecer de las armas y las ideas, todo lo que a veces no debíamos ser. Opulentos en esos hogares transgresores, derribamos cada árbol, desmoronamos cada cerro para hacernos más ricos. Con todo este avance se llenaron los hogares de basura y lo aceptamos como el perro que acepta ser encadenado. Infortunio de ser racionales. Cuando escuchamos la voz más triste a nuestro lado, temimos por nuestra seguridad, amparados en el argumento que todo era, necesariamente, para nosotros. Golpeamos al propio hermano para sustraerle una gota de sangre o de sudor. Elevamos mazos golpeando rostros y abriendo cabezas. “Dios, es el destino”. Llorando se reza al cielo dando gracias por la victoria. Intentamos contestar algunas preguntas creyéndonos sabios y no falta la ocasión que pasamos por idiotas tal cual un idiota dirigiendo un país. En otras, se nos traba la lengua y tartamudeamos insolentemente una palabra. “No tiene sentido que lo digas si lo vas a decir mal”. ¿Se preguntará el infeliz por la desintegridad?
Amparados en el amanecer, con la emanación nauseabunda de nuestros propios despojos, el hombre en la ciudad camina con incertidumbre por calles sucias y malolientes.

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